Mientras asistimos a una de sus clases, recorremos su historia marcada por el triunfo.
7:25 de la mañana. La clase aún no comienza. Sólo están algunos jóvenes que usan la sala de máquinas del gimnasio. La señora Cruz “Cucha” Castillo comienza a colocar los steps esperando a los alumnos (más alumnas, en realidad) de todas las mañanas. El equipo de sonido está sintonizado a una estación local, que pasa algo de música y noticias, mientras el sol se cuela por las ventanas. Es el gimnasio Rosmy, en Jardín, en el sector oeste de Sullana, Perú, y todos están esperando a Cristian Reyes, el instructor de aeróbicos que va a dar su primera clase del día.
La vida
entre el día de su nacimiento, un 29 de agosto de 1984 en la ciudad de Sullana
(Perú), y poco después que cumplió 14 años era como la de cualquier muchacho.
Ese día, la instructora de un gimnasio lo vio bailar y quedó sorprendida. La oferta
fue directa: “¿Te interesa bailar para mi gimnasio?” Cristian cuenta que
respondió afirmativamente; desde entonces, todo ha sido distinto. Se involucró
con el mundo de los gimnasios, y perfeccionó su talento. Se presentó en varios
eventos y siempre lograba obtener las primeras ubicaciones.
Cristian ha llegado. Todos ingresan a la sala
de aeróbicos del gimnasio. La música comienza a sonar. Él dice que es mezclada ex
profeso para las clases. Se comienza respirando; hay que henchir los
pulmones, pues de esto se trata. Lo que pocos advierten es que el compás de la
música está secuenciado al mismo ritmo de los latidos del corazón.
El
aeróbico busca mejorar la circulación de la sangre y la respiración. Además permite eliminar
grasa y toxinas eficazmente si es que se hace de forma constante y sostenida.
Cristian comienza un básico frente al step. La cosa hasta acá es sencilla; sólo
subes, bajas, y, eventualmente haces una flexión. La idea es hacerlo al ritmo
de la música.
La gran oportunidad llegó a sus 20 años. Cristian fue delegado a un concurso nacional de baile, y no defraudó. Se enfrentó a concursantes de todo el país y regresó a Sullana con el título bajo el brazo. Para entonces, no sólo se había dedicado al baile, sino que había incursionado en los aeróbicos. Algunas de sus alumnas se quedaron fascinadas por logros evidentes: control de peso, agilidad…
“Te
sientes bien cuando la gente comienza a mencionar las cosas que ganaste, en lo
que trabajas”, comenta. El parlante ahoga la voz de Cristian, mientras intenta
explicarnos cual será el próximo movimiento. Cuestión de coordinación: el
aeróbico pone a prueba nuestras sinapsis con la finalidad de acertar a dar el
paso correcto en el tiempo correcto, y encima, guardar armonía con el resto del
grupo. Trabajo colectivo, también.
La
música tiene la cadencia del secuenciador techno, pero de pronto se oyen
crossovers con el pop, el rock, el latin-pop, el merengue, el huayno elegante,
y hasta la saya. “Es la nueva tendencia: se trata del full-body”, nos
explicará después. Es la mitad de la clase,
y los efectos se comienzan a sentir además del sudor copioso, algo de
agotamiento y sed. Pero hay que seguir; al menos los de la primera fila de
steps no parecen estar pasándola tan mal.
No es
casualidad que Sullana obtenga logros. “Está a mejor nivel incluso que [la
ciudad de] Piura”, sentencia Cristian. No es un pionero en el tema, pero es uno
de los más entusiastas, en realidad. Por eso trata de no perder una oportunidad
para bailar, o, como hace ahora, enseñarle a otros a hacerlo.
Ha recibido muchos reconocimientos por haber instruido a niños, principalmente, de diversos colegios de Sullana. “Lo que nos hace falta es apoyo”, dice. “No es como en otros países donde sí se da ese apoyo”, y aunque reconoce que cada vez hay más profesionales en el campo, siente que las oportunidades no están fácilmente al alcance de la mano.
Ya han
pasado cincuenta minutos desde que la clase comenzó. Uno que otro ha desertado.
Respiramos de nuevo, nos estiramos. Cinco minutos de eso. Cristian aplaude
dirigiéndose a los alumnos (de acuerdo, más alumnas que alumnos) de ese día,
señalando el fin de la clase. Algunos aún se quedarán a trabajar cintura. Si es
lunes, miércoles o viernes, Cristian continuará una rutina de máquinas.
El día acaba de comenzar. Él tiene muchas cosas
por hacer, y aún regresar al gimnasio para la clase con el grupo de la tarde.
El fin de semana posiblemente haya una presentación, o a lo mejor lo pasará con
su familia.
El día que la Asociación de Jóvenes Residentes
de la Urbanización Jardín (AJR Jardín) de Sullana condujo una jornada con
estudiantes del último año de secundaria del colegio INIF 48, Cristian estuvo
presente. Su misión era lograr que ciento y medio de chicas se movieran al
ritmo de la batuca, con ayuda de algunos de los chicos de la asociación.
Todos se movieron; bueno, casi todos, pues al fondo la directora del plantel y
algunos profesores sólo miraban.
Otro
talento que tiene escondido este muchacho es una buena voz para el canto. “Pero
sólo canta para mi en ocasiones especiales”, bromea la señora Castillo. Ni
modo, el chico es algo tímido, aunque el escenario no le es un terreno
desconocido. Al fin y al cabo, es un ganador, y el que gana algo, siempre
espera algo mucho mayor. Y que conste que cuando le preguntan por qué hace todo
esto, él sólo tiene una respuesta: “Porque me gusta”.
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